La socioafectividad es una capacidad intrínseca del ser humano como ser social. Analizamos como mejorar la socioafectividad en el fútbol para la mejora del rendimiento de los futbolistas
Ser humano sociable
El descubrimiento más importante de la neurociencia es que nuestro sistema neuronal está programado para conectar con los demás, ya que el mismo diseño del cerebro nos torna sociables y establece inexorablemente un vínculo intercerebral con las personas con las que nos relacionamos. Ese puente neuronal nos deja a merced del efecto que los demás provocan en nuestro cerebro –y, a través de él, en nuestro cuerpo–, y viceversa. Incluso los encuentros más rutinarios actúan como reguladores cerebrales que prefiguran, en un sentido tanto positivo como negativo, nuestra respuesta emocional. Cuanto mayor es el vínculo emocional que nos une a alguien, mayor es también el efecto de su impacto. Por este motivo, los intercambios más intensos son los que tienen que ver con las personas con las que pasamos día tras día y año tras año.
Convivencia= influencia
El entrenador convivirá con ese grupo de individuos que residen en el vestuario es con el que pasamos como mínimo un año de nuestra vida, viéndonos una media de 3 días a la semana e incluso en el futbol profesional, 6 días a la semana. Por tanto parece claro que existirá una relación multidireccional de influencia entre entrenador- jugadores y a su vez entre jugadores. Tanto si somos entrenadores, como si somos jugadores tenemos una responsabilidad de influirnos positivamente y gestionar adecuadamente estas relaciones. Desde el punto de vista del entrenador convendría, por tanto, considerar la “inteligencia social” en un sentido más amplio, como una aptitud que no sólo implica el conocimiento del funcionamiento de las relaciones, sino comportarse también inteligentemente en ellas.
En una era en que la tecnología se apodera de la atención de las personas y la desvía hacia una realidad virtual, ésta acaba insensibilizándolas, con lo que el autismo social acaba convirtiéndose en una más de las imprevistas consecuencias de la invasión permanente de la tecnología en nuestra vida cotidiana. Aquí es donde el papel del entrenador adquiere relevancia como educador social y el control de las interacciones sociales.
Estas interacciones sociales influyen sobre los estados de ánimo. Estas interacciones conducen a lo que podemos considerar como una especie de economía emocional, es decir, el balance de ganancias y pérdidas internas que experimentamos en una determinada conversación, con una determinada persona o en un determinado día. Por eso, el saldo de sentimientos que hayamos intercambiado determina, al caer la noche, la clase de día –“bueno” o“malo”– que hayamos tenido. Esta economía interpersonal impregna cualquier interacción social que vaya acompañada de una transferencia de sentimientos…, es decir, casi siempre. Son muchas las versiones que asume esta especie de judo interpersonal, pero todas ellas se reducen a la capacidad de transformar el estado de ánimo de los demás, y viceversa. Por tanto la primera premisa en las relaciones sociales es la de influir positivamente en el otro. En este caso como entrenador debemos estar atentos a influir positivamente en nuestros jugadores, pero también que los jugadores se influyan positivamente entre ellos.
Si alguna interacción se torna negativa y el jugador la siente como una situación dañina nuestro cerebro busca automáticamente indicios de peligro, provocando un estado de hipervigilancia generado sobre todo por la activación de la amígdala, una región en forma de almendra que se halla ubicada en el cerebro medio y desencadena las respuestas de lucha, huida o paralización ante el peligro. El miedo es, de todo el espectro de sentimientos, el principal movilizador de la amígdala. Cuando la amígdala se ve activada, sus circuitos se apropian de ciertos puntos clave del cerebro, dirigiendo nuestro pensamiento, nuestra atención y nuestra percepción hacia lo que nos ha asustado. Por tanto si el jugador debido a una interacción negativa en la que no es capaz del control de la emoción verá como su rendimiento disminuye entre otros factores por una bajada de atención en la tarea que esta realizando. Esta situación puede ser en un momento concreto, como un choque con otro jugador rival, o a través de un feedback negativo de parte del entrenador, o crónica, como la no adaptación al grupo social del vestuario. Por tanto debemos estar preocupados de como influimos en nuestros jugadores (personas) y como estos interactúan entre si en el grupo.
En su ensayo Masa y poder, Elias Canetti señala que lo que convierte a un conjunto de individuos en una masa es su sometimiento a “una pasión” compartida, una emoción que se contagia y acaba conduciendo a una acción colectiva. Y esta rápida generalización de los estados de ánimo sucede gracias a la sincronización fisiológica de sus subsistemas biológicos. Es muy probable que la velocidad de transmisión de los cambios de conducta de una masa se originen en la coordinación de las neuronas espejo y que la rapidez del proceso de toma de decisiones dependa del tiempo que necesiten las neuronas espejo para transmitir la sincronía de persona a persona (aunque ésta, por el momento, no deje de ser más que una mera conjetura). Este contagio grupal puede advertirse, de manera más reposada, en cualquier interpretación en la que los actores o los músicos generan un efecto de campo jugando con las emociones del público como si fueran instrumentos. En este sentido, las obras de teatro, los conciertos y el cine nos permiten acceder a un entorno emocional compartido con muchos desconocidos. Como suelen decir los psicólogos, resonar positivamente con los demás es “intrínsecamente reforzador” y hace que todo el mundo se sienta bien. El contagio grupal se produce incluso en el más pequeño de los grupos y basta, para ello, con que tres personas permanezcan sentadas frente a frente durante algunos minutos.
Los sentimientos que se mueven entre los miembros de un grupo pueden sesgar el modo en que procesan la información y llegar a influir, en consecuencia, en las decisiones que acaben tomando. Y esto implica que cualquier grupo que pretenda llegar a una decisión u objetivo conjunto haría bien en centrarse en las emociones compartidas. Esta convergencia sugiere la existencia de un magnetismo sutil e inexorable, un impulso que se asemeja a la gravedad y lleva a las personas que se hallan estrechamente relacionadas a pensar y sentir de manera parecida sobre ciertas cosas.
Nuevo paradigma
Como entrenadores y lideres la energía que aportemos al grupo será un factor determinante y poco tenido en cuenta en los factores de rendimiento de un equipo actualmente. Por tanto, debemos estar en completa actualización y con una apertura mental que permita la entrada de nuevas ideas en el liderazgo y en la gestión del grupo con el fin de la mejora del proceso en la consecución de un objetivo colectivo y en el fin en si mismo como la consecución de dicho objetivo.
Ya que en la actualidad el modelo de rendimiento integral empieza a parecer el más acertado, Podría ser que el entrenador que más conocimiento tiene de la táctica u otros factores técnicos no sea pues, el mejor entrenador, sino que será el que mejor conecte los diferentes factores integrales que componen el rendimiento y el que más creatividad tenga para usarlos en el momento en que considere oportuno.
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Bibliografía
GOLEMAN, Daniel. INTELIGENCIA SOCIAL:La nueva ciencia de las relaciones humanas (Spanish Edition). Editorial Kairos. Edición de Kindle.